sábado, 16 de abril de 2016

El cangrejo ermitaño

Sentado en la plaza de Tirso de Molina observando cómo emergen personas de la boca del metro, una escena que en esta tarde de sábado de abril podría hacerme pensar en flores emergiendo desde un capullo, pero que ahora, no sé por qué, me hace pensar en la improbable imagen de un caracol abandonando su concha. De repente no puedo parar de pensar en caracoles y conchas, en insectos y exoesqueletos, en tortugas y caparazones mientras veo a la gente salir a la calle desde el metro y se me viene a la cabeza un documental que vi una vez sobre el cangrejo ermitaño, un tipo de crustáceo muy vulnerable ante los depredadores, lo cual le hace buscar refugio en las conchas vacías de los moluscos. El cangrejo ermitaño sujeta la concha con la parte superior de su cuerpo mientras camina, como si llevara encima un caparazón portátil, y cuando con el tiempo crece de tamaño abandona su concha y se busca otra más grande.

La verdad es que me encantaría vivir en esta plaza y tirarme toda la tarde asomado al balcón viendo a la gente salir de la boca del metro, pero en realidad estoy en Madrid de paso, he venido a hacer un examen de catalogación. El viaje hasta aquí lo hice en autobús y duró 6 horas, un tiempo que pensaba haber invertido en estudiar, pero no estudié nada porque me tiré el viaje mirando la foto de perfil de whasapp de Andrea. La foto de un paisaje al amanecer, con el sol emergente, el cielo a su alrededor con tonalidades amarillentas y unas montañas de fondo. De vez en cuando levantaba la vista del móvil y a través de la ventanilla del autobús contemplaba el paisaje manchego en movimiento, pero el paisaje que miraba a través del móvil tenía más movimiento; iba desde mi pecho hasta la boca, lo expulsaba y lo aspiraba de manera que volvía a mi pecho y luego otra vez salía por mi boca.

 No quería mirar más la foto de perfil de Andrea, no podía dejar de mirarla, la veía incluso si cerraba los ojos y solo me distrajo un pasajero que hablaba por teléfono bastante alterado. Al parecer había pasado una temporada en Málaga con una amiga suya llamada María, pero María estaba obsesionada con alguien llamado Peña y ahora el tipo se había marchado abruptamente, aduciendo que iba de vuelta a su casa en Madrid porque temía encontrársela llena de hormigas. Conforme más hablaba más alterado parecía; repitía que no quería saber nada de Peña, parece evidente que está obsesionado con Peña, y no soporta la idea de que María esté obsesionada con Peña. Queda claro que María está obsesionada con Peña, Peña probablemente esté obsesionado con María, y el tipo está obsesionado con Peña y con Maria. Le dice a su interlocutor que le diga a María que si se vuelve a levantar en medio de una comida para hablar con Peña que se vaya a la mierda, que él tiene sus propios problemas reales como para aguantar los problemas imaginarios de los demás, que está agobiado porque lo mismo hay hormigas en casa y hay medio pollo en la nevera, y que no quiere saber nada de Peña, no quiere saber nada de Peña. De repente alguien con mala idea podría haberse puesto a corear en voz alta el nombre de Peña, lo cual hubiera contagiado a más pasajeros con mala idea, todos coreando a la vez Peñaaa Peñaaa y entonces yo me hubiera sumado al clamor con mi chorro de voz grave destacando en el coro de hijos de puta y dándole al canto un timbre reverberante como de Gong japonés.

 Le conté toda la conversación a Andrea por whattsap en tiempo real, mientras el tipo hablaba. 18 mensajes con su consiguiente aspa azul inmediata, aunque no le conté nada del efecto que me había producido el paisaje de su perfil de WhassApp. Yo sabía que era un paisaje Asturias porque Andrea había empezado a salir con un muchacho asturiano. La vi un mes atrás una noche a las 3 de la mañana abrazada a él, yo de espaldas a ellos, y entonces salí corriendo, salí corriendo porque se me escapaba el último autobús para mi casa, pero mientras corría me sentía huyendo de todas las noches viéndola en linea hasta las tantas, sabiendo que estaba hablando con alguien que no era yo, lanzándole indirectas a las que me respondía con ironía; lo sabía, lo sabía, me repetía a mi mismo mientras corría, y conforme me repetía a mí mismo que lo sabía más me sentía como si estuviera corriendo hacia atrás, de espaldas. Durante este mes seguí indagando, le dije a Andrea que lo sabía todo y quise saber más. Ella me lo contó todo no sin preguntarme antes si no me dejaría llevar por mi morbosidad autodestructiva y que seguro que me alegraba de que ella fuera feliz. Por supuesto que me alegro, le respondí yo y ahora me agobia el móvil que no para de no sonar con Andrea siempre en linea hasta las tantas de la mañana, por supuesto que no me castigo con ningún tipo de morbo autodestructivo y por eso le mandé 18 mensajes que ella había leído y no respondido porque seguro que estaba con el jodido asturiano y por supuesto que a mí me gustaría tener una casa en Tirso de Molina con vistas a la boca del metro pero seguramente viviré en una casa con vistas a los 7x5 centímetros de la pantalla de mi móvil android. El muchacho obsesionado con María y con Peña se calló hace un rato, yo expulsaba y aspiraba el paisaje asturiano y el pasillo del bus era recorrido por la reverberación de un gong japonés cuyo eco decía asturiano, asturiano.

 De repente mi móvil vibró; era Andrea:

 -Qué se supone que es eso?

 -Es una conversación que he escuchado antes en el autobús

 Cinco minutos después me mandó otro mensaje:

 -A mí es que la vida de los demás me da igual y a ti también debería darte lo mismo. Mejor que te concentres en estudiar porque si no mañana no apruebas.

 El examen de mañana, cierto. Tenía por delante una prueba muy dura de catalogación bibliográfica. No me lo van a preguntar porque el de mañana no será un examen práctico, pero me repito a mi mismo: “Catalogar consiste en describir los rasgos esenciales de un libro con tal de permitir su identificación y posterior recuperación por parte del usuario”. En el examen nos pedirán que, entre otras cosas, establezcamos los puntos de acceso principales de una serie de obras y también sus accesos secundarios. En el ejemplo de catalogación más sencillo, el acceso principal de un libro es el autor del mismo, mientras que los puntos de accesos secundarios, aparte del tema del que trate el libro, serían sus editores, traductores, prologuistas, epiloguistas, etc. Debería haber sacado el portátil y haberme puesto a practicar con los centenares de ejemplos que tenía guardados en el disco duro, pero en vez de eso me puse a practicar tomando como ejemplo al tipo enajenado que había hablado por teléfono en voz alta. Si su vida estuviera a la disposición del usuario en una biblioteca, el punto de acceso principal sería Maria y Peña el primer acceso secundario. Otras posibles entradas secundarias serían las hormigas, las hormigas entrando en su nevera e invadiendo la casa, y el medio pollo que después de un mes ya estaría podrido, y una casa con olor a pollo podrido. Y él mismo, qué elemento de la descripción bibliográfica ocuparía de sí mismo? ¿Y si yo fuese un libro, qué elemento de mi propia descripción bibliográfica ocuparía yo? Posiblemente ninguno. Mi punto de acceso principal sería Andrea, de la misma manera que un exoesqueleto es el primer punto por el que se identifica a un insecto. Mis puntos de acceso secundarios serían un paisaje idílico de Asturias, el amanecer de Andrea, su sol emergente que no paro de expulsar y aspirar y un teléfono móvil que parece una concha de molusco vacía. 

Sigo sentado en la plaza de Tirso de Molina; estamos en abril y la temperatura es agradable. Cierro los ojos un momento e imagino que Andrea abre los ojos una mañana y se da cuenta de que el asturiano no es el punto de acceso principal de su vida; me gustaría que ella estuviera sentada a mi lado mirando la boca del metro; abro los ojos, sigo en Tirso de Molina, Andrea no está. Y si ella fuera un asiento bibliográfico, quizá yo sería uno de sus puntos de acceso secundarios de la misma manera que en mi propia vida no constituyo ningún tipo de acceso. ¿Entonces, por qué me dijo antes que no debería preocuparme por la vida de los demás? Miro la boca del metro. Si un caracol abandonara su concha no podría seguir viviendo. La gente sale de uno en uno, nadie lleva encima su esqueleto externo. Mi esqueleto externo es Andrea y tampoco está aquí. Pero entonces pienso en los cangrejos ermitaños, esos crustaceos que necesitan una concha para protegerse de los depredadores pero que, a diferencia de otras especies, han externalizado su exoesqueleto, podrían vivir sin él. Por lo demás, la calle está llena de puntos de acceso principales y secundarios y quizá esté invadida por una plaga de cangrejos ermitaños. Decido darme una vuelta por el centro de Madrid, pero antes miro el móvil para ver qué hora es. No tengo ningún mensaje.