viernes, 2 de abril de 2010

La resistencia analógica (I)




Una noche, al apagar el DVD, me encontré con la emisión de la prueba femenina de patinaje artístico sobre hielo de los juegos olímpicos de invierno de Vancouver, justo en el instante en el que una patinadora china giraba sobre sí misma. Lo habitual era que la señal analógica de mi televisor fuera un borrón fugaz entre la señal del DVD y la digital, una servilleta arrugada que se arrojaba a la papelera nada más ser vista. Sin embargo, percibí que la imagen borrosa de la señal analógica le otorgaba un relieve especial a la patinadora china, una especie de aura que me dejó hipnotizado. Era como ver la televisión desde un búnker, captando una señal precaria y clandestina. La patinadora, por otra parte, competía como si en vez de a un país, estuviera representando a la mismísima armonía. Se me ocurrió que un día podría tirar una piedra en un charco y quedarme mirando las ondas concéntricas sobre la superficie. Entonces recordaría sus movimientos. Imaginé sus articulaciones, sus rodillas, sus codos, sus hombros, extendiéndose sin fin como si fueran una cinta transportadora. Durante unos segundos, la patinadora permaneció inmóvil, con la pierna izquierda elevada sobre su cabeza. En ese momento cerré los ojos y traté de visualizar sus movimientos. No veía nada, era imposible reproducir tanta armonía con la imaginación, la patinadora sólo existía en la realidad, en la imagen bunkerizada de mi televisor. Cuando abrí los ojos, vi un recuadro en la pantalla con una advertencia: ESTA SEÑAL CESARÁ SU EMISIÓN A PARTIR DEL 10 DE MARZO. PODRÁ SEGUIR VISUALIZANDO ESTE PROGRAMA EN TDT. También me di cuenta al abrir los ojos de que la patinadora no era china, sino coreana, Kim Yu-na, la patinadora de oro surcoreana.

Leí aquel aviso como si fuera el anuncio de una bomba nuclear. De hecho me pasa cada vez que oigo hablar del apagón analógico. Siempre he tenido la impresión de que la idea contiene una amenaza de gran calado, un ataque a gran escala. Sin ir más lejos, la TDT parece el nombre de un explosivo. Llevo ya un tiempo utilizando el aparato, pero hasta esa noche nunca lo había percibido con tanta claridad. Un poco angustiado, me levanté del sofá y me acerqué hasta la ventana, desde donde eché un vistazo al porche de mis vecinos chinos. De vez en cuando necesito comprobar que no se han marchado: me tranquiliza ver ropa colgada en el tendedero, un par de zapatillas puestas frente a la puerta, una toalla colgada de la barandilla. Por lo demás, el último sonido que les recuerdo data ya de unos meses, de un domingo por la noche en el que escuché desde la cama a un caballo subiendo las escaleras de la casa. No necesité levantarme de la cama para comprobar que aquel galopar era el de un auténtico caballo. Así era aquella familia cuando llegaba a casa; no caminaban sino galopaban, y hablaban y se movían siempre de manera frenética. Ahora ya no hay nada; pese a las señales que indican que físicamente siguen siendo mis vecinos, pareciera que han emprendido una misteriosa mudanza al interior de su propia casa, como si toda la actividad que emprendieron desde que llegaron estuviera encaminada a la construcción de su propio búnker.

Volví a la final de patinaje artístico sobre hielo. Era el turno de la patinadora británica. Su ejercicio era mucho más dinámico que el de Kim Yu-na, más nervioso y saltarín, y desde el principio tuve la certeza de que se iba a caer de un momento a otro. Fue después de una doble pirueta en el aire cuando dio con sus huesos en el hielo. Pero lo revelador llegó al final del ejercicio, cuando repitieron su caída a cámara lenta. Creo que jamás había visto algo tan bello. La lentitud del doble giro en el aire con los brazos extendidos, la elegancia al caer, el golpe del cuerpo con el hielo. Ver como la sonrisa va desapareciendo de la cara y es sustituida por una mueca de pánico. La patinadora británica había encontrado en la repetición de su caída a cámara lenta la misma armonía que había derrochado Kim Yu-na minutos antes. Me pregunté si la repetición a cámara lenta de una caída tendría la misma belleza a través de la señal digital. Posiblemente el ministerio de Industria me contestaría que con la TDT percibiría la belleza de esa caída con mayor nitidez, con una calidad de imagen muy superior, pero yo no me fío de la TDT.

1 comentario:

Ángela Torrijo dijo...

A las resistencias en general, yo es que les veo mucho encanto. Sigues pareciéndote a Carver, sobre todo en los caballos. Un besazo.