sábado, 18 de junio de 2016

El diario de la China


Era verano, de noche, y desde el porche de su casa mis vecinos chinos me cantaban su cumpleaños feliz al oído. Lo cantaban en castellano, apoderándose del espacio, incluyéndonos a los demás en su celebración. Era tanta la cercanía que además de escucharlos como si estuvieran a un metro de mí, también podía olerlos. Olían a noche de verano, un olor que entra por los balcones y acaba colándose hasta en el cuarto de baño, penetrando en los cajones y en los armarios. Aquella noche metí la cabeza en mi armario y acerqué la nariz al bolsillo de una camisa que llevaba años sin ponerme. Me pareció que olía igual que mis vecinos chinos.

El olor de Agustina, mi vecina de abajo, es distinto. Ella huele a habitación cerrada. Mis vecinos chinos también le cantaban su cumpleaños feliz a ella, pero Agustina se desembarazó soltando al aire un “chino de los cojones” para, a continuación, cerrar la ventana de mala manera. Le molesta el bullicio alegre de la familia china y los berridos infantiles del pequeño de dos años. Yo quiero ser lo opuesto a Agustina, por eso empiezo a redactar este Diario de la China con aspecto de blog. A veces me encuentro con blogs de gente que habla de política, de canciones, de películas, de textos literarios, de reflexiones íntimas y personales, de cosas muy interesantes que no le interesan a nadie. Yo prefiero espiar, relatar las vicisitudes de la familia china que tengo tan cerca. Son mis vecinos, pero los considero patrimonio de la humanidad, y quiero darle a la gente la oportunidad de que mis vecinos chinos sean también vecinos suyos.

Recapitulemos la información que teníamos sobre ellos:


-Escupen, de forma muy sonora además. Gargajos crujientes a primera hora de la mañana.-Les gustan los juegos de mesa, golpear las fichas contra la mesa.


-El niño de dos años se pasaba el día diciendo "hola, hola, hola", y cuando veía que nadie le contestaba, se echaba a llorar con un llanto mecánico y monótono, como si fuera un juguete que funciona con pilas.


-Tenían un oso rojo de peluche colgado de un palo en el jardín, a modo de espantapájaros cabizbajo.

Y las novedades de mis vecinos chinos en los últimos meses son las siguientes:


El niño ya no llora como si estuviera programado, ahora el suyo es un llanto histérico propio de un niño de su edad, pero tampoco es que llore demasiado. Una vez estaba yo en el balcón cuando le pillé echando una meada a la calle desde su porche. Me quedé mirándolo mientras orinaba sin decirle nada, y cuando acabó se percató de mi presencia y también se me quedó mirando sin decir nada. Le sonreí, pero no sé si mi sonrisa le llegó. Al momento apareció la madre y yo me apresuré a retirarme a mi cuarto.

Después de aquel día entablé conversación un par de veces con él. La primera vez yo estaba tirando la basura cuando lo vi tras la puerta de entrada a su casa, agarrado a las rejas. Nos miramos los dos un momento y me dijo "hola" con un tono un poco asustado. Yo le contesté "hola", con un tono que extrañamente me salió igual de asustado. La segunda vez fue muy similar, yo tiraba la basura y él me miraba tras las rejas de su puerta. Me dijo "hola", pero esta vez con un tono más alegre. Yo le dije "hola" con un tono también alegre.

En cuanto al oso, se deshacieron de él, y lo sustituyeron por un molinillo (juraría que están de moda, porque yo también tengo uno en mi balcón). Hace cosa de un mes se compraron un perrito, pero el perrito no duró más que una semana. A veces me da por pensar en lo que habrán hecho con él, pero es que estos chinos no me dejan tiempo ni para pensar porque ahora se han comprado una gallina.

El otro día, durante una reunión familiar, mi madre escuchó el cacareo de la gallina y concluyó que sonaba a "algo más que una gallina". Por las noches, cuando empiezo a quedarme dormido, escucho como se agita y remueve sus plumas. La primera vez abrí los ojos como un resorte cuando estaba a punto de quedarme dormido. Ahora ya he aprendido a integrarla en mi fase R.E.M, y me quedo dormido escuchando de fondo el sonido suave de sus plumas, su revoloteo. "Es algo más que una gallina" me escuché pensar obsesivamente la otra noche, producto del delirio con el que uno entra en el sueño. Hace un par de sábados me desperté muy temprano, a las cinco y media de la mañana. La vida me asfixiaba como si oliera a Agustina, a habitación cerrada. Me levanté, y mientras me preparaba algo de desayuno, oí como cloqueaba la gallina. De repente me dio por imaginar que me moría, y que la gente empezaba a escribir cosas sobre mí, analizándome, resaltando mis virtudes, como si también yo fuera patrimonio de la humanidad, pero todas mis virtudes imaginarias que yo ponía en boca de los demás me sonaron en seguida demasiado imaginarias, como si de repente fuera demasiado consciente de que los demás no me imaginaban, de que sólo me imaginaba yo mismo. Recordé entonces la fiesta de cumpleaños china y su olor a noche de verano, y pensé en la tarde fría de febrero de mi próximo cumpleaños, y en cómo echaré de menos su canto de cumpleaños feliz. Lo echaré tanto de menos que me pondré a hurgar en los cajones y en los bolsillos de las camisas abandonadas para encontrar el olor a invierno de esa tarde de invierno, también para escuchar a la familia china cantándose a sí mismos mi cumpleaños feliz. Será igual que acercarse al oído una de esas caracolas con las que se escucha el rumor de las olas del mar. Son caracolas que se recogen en la playa, que uno se acerca al oído preguntándose qué necesidad habrá de buscar el rumor de las olas dentro de la caracola teniéndolo delante, en la misma playa en la que uno está, y aún así cerrando los ojos, imaginando que eso que escucha es el rumor de las olas, que allí dentro está la vida.

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